viernes, 22 de julio de 2011

VEINTE GARBANZOS EN CINCO MONTONES. Escrita por Antonio del Olmo



                                                                                           
La acción se desarrolla en el interior de un autobús escolar del cual vemos tan sólo los dos asientos delanteros. El conductor  es un hombre de aproximadamente 40 años con aspecto de haber llevado una vida bastante desordenada. El asiento del copiloto está ocupado por la señorita Mildred, una mujer sesentona que tiene toda la pinta de ser una profesora anticuada de Lengua y Literatura, aunque no lo es. De los niños que participan en la excursión tan sólo escucharemos en determinados momentos sus rudas voces, las cuales nos pondrán al corriente de que no son precisamente muy jovencitos. Tienen buen oído, cantan aceptablemente, aunque uno de ellos desafina un poco.
              
Comienza el espectáculo. El piloto del autocar parece conducir muy relajado, mientras que la profesora mira al frente con cara de muy mal humor.

Conductor.- Veinte garbanzos en cinco montones, todos nones. ¿Conoce usted ese acertijo, señorita Mildred?

Srta. Mildred.- (Impasible) No.

Conductor.- Tenemos veinte garbanzos y debemos clasificarlos en cinco grupos; pero todos y cada uno de estos cinco grupos debe estar formado por un número impar de garbanzos...

Srta. Mildred.- Lo entendí perfectamente a la primera, gracias.

Conductor.- Ah. Como solamente dijo “no” pensé que no lo había comprendido... Bueno, qué... ¿Cree que podrá resolver el enigma?

Srta. Mildred.- Supongo que no.

Conductor.- Mi madre me propuso ese maldito rompecabezas cuando yo tenía doce o trece años. Me dijo que quienes fuesen capaces de resolverlo vivirían eternamente. Desde entonces no ha habido un solo día en el que no haya pasado al menos dos horas tratando de averiguar la solución. Estoy obsesionado con los condenados garbancitos.

La señorita Mildred exhala un suspiro que denota inmenso hastío.

Conductor.- Veamos... La suma de cinco números impares no puede ser un número par. De modo que, en principio, el misterio parece no tener solución. Es aritmética y algebraicamente imposible, por así decirlo. Sin embargo, existe una respuesta muy ingeniosa, según decía mi madre...  

Srta. Mildred.- Me rindo.

Conductor.- ¿Cómo que se rinde? Piense un poco, mujer... No tienen por qué ser garbanzos, si ese es el problema. Pruebe con uvas. Veinte uvas en cinco montones, todos nones.

Srta. Mildred.- Oiga, no me interesan esas bobadas.  

Los niños comienzan en este instante a entonar una canción con sus recias voces, utilizando la melodía de una famosa tonadilla navideña. La señorita Mildred se lleva las manos a la cabeza, cubriéndose los pabellones auditivos, con los ojos cerrados y expresión atormentada...

“Pero mira cómo beben los curas y las monjas,

Pero mira cómo beben, son jodidas esponjas.

Beben y beben, y no saben parar...

Los curas y las monjas hoy van a vomitar.”

Srta. Mildred.- (Se gira para dirigirse a los pasajeros, todavía amasando su propio cráneo) Por Dios, niños, ya está bien... Lleváis casi dos horas con el mismo soniquete. ¿De verdad no conocéis otra canción?

Conductor.- (Con talante risueño) No son tan niños, señorita Mildred...

Srta. Mildred.- Me da igual. Estoy harta de escucharlos.

Conductor.- Venga, deje un poco a los chavales, mujer. Necesitan diversión, y esto es divertido.  Ya tendrán tiempo de aburrirse cuando lleguemos a la jodida catedral.

La Srta. Mildred dirige su mirada al conductor del autocar con expresión de menosprecio.

Conductor.- (Sin desviar la mirada de la carretera) No me mire así, no soy el único que detesta el turismo ilustrado. Además, las catedrales... “Vista una, vistas todas”, decía mi madre...

Srta, Mildred.- Dios bendito... Lo que hay que oír...

Conductor.- Ya... Bueno, eso era lo que decía mi madre: “vista una , vistas todas”. De cualquier manera, ella empleaba esa frase para referirse a todo tipo de objetos, e incluso a determinadas partes de la anatomía masculina. Ya me entiende... Qué cosas...; la próxima semana se cumplen diez años desde que la encontrasen ahorcada en un parque infantil. No tenía otro sitio donde ahorcarse...

Los niños vuelven a cantar. Idéntica melodía, sólo cambia la letra. La profesora se santigua con los ojos cerrados.

“Pero mira cómo bebe la Madre Superiora,

Pero mira cómo bebe otro whisky con soda.

Mira qué golfa, no para de privar:

La Madre Superiora, borracha una vez más.”

El conductor esboza una sonrisa cómplice acompañada de una escueta y sibilina carcajada prácticamente inaudible. La maestra se queda mirándole durante varios segundos con notable antipatía.

Srta. Mildred.- No le veo la gracia.

Conductor.- Mujer... Ahora me río al recordarlo, claro... Pero no imagina lo impactante que me resultó ver en los periódicos la fotografía de mi pobre madre colgada del travesaño de un columpio.

Srta. Mildred.- No me refería a eso, aunque tampoco vislumbro el lado cómico de lo que cuenta. Por muchos años que hayan pasado.

Conductor.- Aquella tipa vivió y murió de manera realmente excéntrica. Quería ser famosa, y eso la hizo enloquecer. Fracasó en todo lo que se propuso... Intentó ser actriz, escritora, bailarina... Y acabó trabajando en una Caja de Ahorros, fíjese. Comenzó entonces a padecer ataques indomables de ludopatía. Iba al bingo todas las tardes, y perdía siempre. Claro, al final pasó lo que tenía que pasar... Con aquello de “mañana lo devuelvo” empezó a llevarse dinerito del banco para jugar. No tardaron mucho en descubrirla. Fue despedida y denunciada. Y entonces se ahorcó. El resto ya lo sabe.

Pausa. La maestra investiga el interior de su bolso y finalmente saca de allí un crucifijo que esconde bajo su chaqueta.

Conductor.- ¿A santo de qué decidió suicidarse en un parque infantil? A mí qué me cuenta, ya le dije que estaba mal de la cabeza. Fíjese: cuando mis hermanos y yo éramos pequeños y aún vivíamos en el pueblo, la muy perturbada nos llevaba de vez en cuando a la cuadra de un primo suyo que se llamaba Eulogio porque, según ella, podría resultarnos útil en el futuro aprender a castrar asnos. Ya ve qué imbecilidad. Todavía me despierta a veces por las noches el sonido de las enormes tijeras que usaba aquel desalmado para cortar los genitales de los pobres animalitos.

Srta. Mildred.- Déjelo, por favor, me duele mucho la cabeza.

Conductor.- Está bien, está bien... Lo dejo. Pero se quedará usted sin saber para qué demonios castraba a los burros el tal Eulogio.

Srta. Mildred.- Creo que podré vivir sin saberlo.

Conductor.- Sí, yo también lo creo. Es más, a veces pienso que ojalá yo tampoco lo hubiera sabido.

Una nueva estrofa de la misma canción resuena de modo atronador en el interior del vehículo...

“Pero mira cómo bebe la puta de mi madre,

Pero mira cómo bebe el capullo de mi padre...

Beben y beben cerveza, vino y ron:

Mi madre es una zorra, mi padre es un cabrón.”

Srta. Mildred.- (Levantándose de su asiento para dirigirse muy enérgicamente a los excursionistas) Bueno, se terminó. Os prohíbo seguir cantando. Os lo prohíbo. Estáis molestando al conductor, lo cual resulta sumamente peligroso.

Conductor.- Oiga, a mí no me meta en eso. Dígales la verdad.

Srta. Mildred.- (Sigue hablando a los niños, sin prestar atención al conductor) Podéis provocar un accidente; y además lo que cantáis es desagradable y ofensivo. No quiero escuchar una sola canción más en lo que resta del viaje.    

La Señorita Mildred vuelve a ocupar su asiento con ademán altivo. Habla consigo misma entre dientes, sin mover casi los labios, de modo que apenas somos capaces de escucharla murmurar algo como “Quién me mandaría a mí llevar de excursión a esta pandilla de salvajes”.  

Conductor.- Es una pena. Sinceramente, lo que estaban haciendo los muchachos me parecía muy creativo. Demuestran gran ingenio.

Srta. Mildred.- Vaya. De modo que ahora llaman “Ingenio” a la Obscenidad y a la Extravagancia.

Conductor.- Tampoco es para tanto, Señorita Mildred... Además, los chicos de estas edades necesitan sentirse transgresores de vez en cuando. Creo que es saludable, y no solamente por...

Srta. Mildred.- (Interrumpiendo al chófer) Mire usted: el colegio ha organizado este viaje con fines pedagógicos, caballero. Nos dirigimos a un templo religioso, no creo haya motivo alguno para recorrer el camino blasfemando... Por otro lado, a juzgar por las apariencias, la educación de un niño no es un asunto acerca del cual pueda usted dar lecciones, precisamente. Desde luego, le aseguro que las asquerosidades que los niños estaban berreando no son en absoluto beneficiosas para la salud mental de nadie. Además, no entiendo de dónde han sacado tanto odio hacia la religión católica...

Pausa. El conductor coge una botellita de agua mineral que tiene a sus pies. Desenrosca el tapón y bebe tranquilamente unos tragos mientras conduce ayudándose con los codos. Cierra la botella y la deposita de nuevo en su sitio.    

Conductor.- (Flemáticamente) ¿Necesita usted hablar de ese modo para decir simplemente que no sabe divertirse?

Srta. Mildred.- (Muy sorprendida) ¿Qué?

Conductor.- Ya me ha oído. Y no me venga ahora con eso de que lo que a usted le divierte es ir al teatro y visitar museos. Es lo típico de quienes pasan por la vida aburriéndose como ostras y procurando por todos los medios convertir la vida de los demás en un coñazo inaguantable. Gente como usted es la que consigue que los niños desperdicien su infancia pegados a la pantalla del ordenador o jugando a la maldita Play Station.

Srta Mildred.- ¿Cómo se puede ser tan insolente?

Conductor.- Ya, ya... Escúcheme: durante catorce años estuve trabajando en un circo. Era payaso. Así que no pretenda conocer la psicología de los niños mejor que yo. Usted se limita a meter patatas en la cazuela; no insista en tratar de hacerme creer que conoce los secretos de la buena gastronomía.

Srta Mildred.- (Con gesto de incredulidad) Es impresionante... Absolutamente increíble. Aunque, a decir verdad, no debería sorprenderme su actitud. No he conocido a ningún hombre que no esté siempre seguro de poder opinar acerca de todo con mayor fundamento que una mujer.

Conductor.- No sé de qué habla.

Srta. Mildred.- Vaya que no. Para empezar, en ningún caso habría sido usted tan impertinente con un hombre como lo está siendo conmigo. Y, cambiando de tema, no me cabe la menor duda de que si yo fuese un hombre no estaría usted conduciendo a esta velocidad sin haber preguntado anteriormente si puede hacerlo.

Conductor.- Lo que me faltaba... Llevaba tiempo sin ser sometido a la furia del feminismo recalcitrante y acomplejado, ya ve.

Srta Mildred.- Cállese de una vez. Es usted un machista y un grosero... Haga el favor de limitarse a conducir respetando las normas de circulación...

Conductor.- (Después de una breve pausa) Me limitaré a conducir este cacharro, sí. Es lo mío: conducir. Me encanta, además... Bueno, reconozco que a veces me pongo de muy mala leche. Cuando conduzco en ciudad y algún otro vehículo realiza maniobras inesperadas, coño, eso me sienta como una patada en el estómago. Luego miro, y siempre es una mujer quien conduce el otro coche. Es matemático.

Srta. Mildred.- (Sonriendo con sorna) Por favor... Me cuesta creer que todavía existan personas capaces de sostener argumentos tan burdos y tan escasamente originales...

Conductor.- No necesito ser original para conducir un vehículo como Dios manda. Si tratase de ser original quizá conduciría como lo hacen las mujeres. Hace ya tiempo que me habrían despedido, claro.

Srta. Mildred.- Oiga, debería usted consultar con un especialista que pudiera sacar a la luz los motivos de su misoginia... Y, volviendo al principio de este absurdo diálogo, vuelvo a exigirle que conduzca usted más despacio.

Conductor.- (Mirando durante algunos segundos con el ceño fruncido al espejo retrovisor del autocar) ¿Recuerda la película “Duel” de Steven Spielberg, señora?

Srta. Mildred.- (Todavía en actitud arrogante) ¿Perdón?

Conductor.- En España la llamaron “El diablo sobre ruedas”, creo... ¿Se acuerda de esa película?

Srta. Mildred.- Sí, la recuerdo. ¿Está usted insinuando algo?

Conductor.- En absoluto. Se lo preguntaba debido a que seguramente usted es consciente de que hace unos diez minutos adelantamos a un camionazo gigantesco.

Srta. Midred.- ¿Se refiere al que transportaba cerdos?

Conductor.- Ese mismo.

Srta. Mildred.- ¿Y?

Conductor.- Pues que ahora resulta que él quiere adelantarnos a nosotros. Por eso voy tan deprisa.

Srta Mildred.- ¿Por eso? Deje que nos adelante y asunto terminado.

Conductor.- Claro, claro. ¿Sabe lo que pasa? Pues que la maniobra tiene que hacerla él, no yo. Y si reduzco la velocidad acabará por embestirnos.

Srta. Mildred.- (Mirando hacia atrás) Creo que ahora intenta adelantarnos...

Efectivamente, el camión adelanta al autocar en medio de un estruendo de bocinazos.

Conductor.- (Mirando por la ventanilla) ¡A tomar por culo, hijo la gran puta!

Srta. Mildred.- (Indignada) Cállese, por Dios. Se lo digo en serio: no utilice ese vocabulario soez en mi presencia.

Conductor.- Bueno, bueno, señora... Así es como nos comunicamos habitualmente quienes manejamos vehículos grandes y toda clase de maquinaria pesada. No es tan grave.

Srta Mildred.- Me importa un bledo lo que usted piense. Haga el favor de reservar tan desagradable léxico para ocasiones más propicias.

Conductor.- Está bien...

Srta. Mildred.- Y vaya más despacio. Ya no hay ningún camión atosigándole.

Conductor.- (Después de una breve pausa) Sí que lo hay.

La profesora mira hacia atrás y dos segundos más tarde dirige una mirada de perplejidad al conductor del autocar.

Srta Mildred.- No viene nadie... ¿Está usted tratando de tomarme el pelo? Porque le advierto que yo no soy el tipo de persona que...

Conductor.- (Interrumpiéndola) Ha mirado usted en sentido opuesto, señora (Hace un movimiento con la cabeza para indicar a la maestra que debe mirar hacia delante). ¿Lo ve?

Srta Mildred.- ¿Pero qué hace usted? ¿Por qué volvemos a acercarnos al camión?

Conductor.- Ahora lo entenderá.

Srta. Mildred.- ¿Ha perdido la cabeza?

El conductor muestra con su lenguaje corporal que está realizando un adelantamiento.

Conductor.- Señora, mire la cara del hombre que conduce el camión de los cerdos.

La maestra mira por su ventanilla y da un respingo en su asiento. Posteriormente se queda petrificada contemplando algún punto del infinito.

Conductor.- ¿Qué le pareció? ¿Vio la cara de ese tipo?

Srta Mildred.- (Todavía absorta) No hay nadie conduciendo ese camión...

Conductor.- (Después de soltar un bufido) Qué alivio... Pensaba que me había vuelto loco... Cuando adelanté por primera vez al camión ése lo hice maquinalmente y no me fijé en nada; pero cuando él me adelantó, mientras yo decía textualmente, con perdón, “a tomar por culo, hijo la gran puta”, me di cuenta de que estaba empleando inútilmente mis conocimientos acerca de la jerga camionera, pues no había nadie allí... Espero que los cerdos no hayan pensado que se lo decía a ellos; no sé si nos conviene ponernos a mal con un montón de puercos a la deriva.

Srta Mildred.- (Sigue con aspecto fosilizado, no parece estar prestando atención a las palabras del conductor) Nadie conduce ese vehículo... ¿Eso es posible?

Conductor.- Claro que es posible. Usted lo ha visto, ¿no? Seguramente se trata de un Lanchester4549. Estos vehículos utilizan un potente sistema militar dedicado al estudio de la ionosfera, el famoso Haarp, un formidable complejo de antenas construido por el Pentágono en Alaska en los años noventa. Se les configura un itinerario y recorren la distancia programada en el tiempo que se les haya indicado. Por eso suele recomendarse que, si te topas con un Lanchester4549, lo mejor que puedes hacer es apartarte de su camino... Cuentan que una mujer, monja para más señas, se situó en medio de la carretera en cierta ocasión y trató de conseguir que un Lanchester se detuviese... Aquello no fue buena idea. Supongo que, a su modo, el cerebro artificial del Lanchester debió pensar: “Sí, sí... Los cojones me voy a parar”... Bueno, el caso es que si la monjita aquella pretendía demostrar algo tuvo un cierto éxito en su empresa: básicamente demostró que era una monja normal y corriente, sin superpoderes ni nada... Lo mismo ni siquiera era monja. O tal vez lo había sido en el pasado y eso la llevó a pensar que...      

Srta Mildred.- (Interrumpiendo) Ya basta, por favor. Esto no es divertido, ¿sabe? Seguramente el conductor ha sufrido algún tipo de indisposición, y ahora ese vehículo gigantesco está fuera de control.

Conductor.- ¿Usted cree? No sé yo, ¿eh? Lo único cierto es que está intentando adelantarme otra vez...

Srta Mildred.- ¿Qué? (Mirando hacia atrás) ¡Oh, Dios mío!

Mientras el camión de los cerdos adelanta nuevamente al autocar la señora se abalanza sobre el conductor con la intención de mirar por la ventanilla.

Conductor.- Oiga, señora...

Srta Mildred.- (Muy nerviosa, chilla mientras se sujeta a los hombros del conductor) ¿¡Hay alguien ahí dentro!?

Conductor.- No me agarre, señora, conseguirá que nos estrellemos.

Srta Mildred.- (Regresando a su asiento con cara de enorme consternación) Es cierto, no hay nadie conduciendo el camión.

Conductor.- Ya se lo dije.

Srta. Mildred.- ¿Entonces? ¿Era verdad eso que comentó acerca de los camiones no tripulados?

Conductor.- Pues claro que no, joder. Todo lo que conté del Lanchester4549 me lo estaba inventando. No sé si existen vehículos de esas características, no soy un jodido científico; pero estaremos de acuerdo en que, de existir, no estarían siendo utilizados para transportar cerdos al matadero. Ni siquiera en modo experimental.

Srta Mildred.- ¿Y cómo explica usted esta circunstancia?

Conductor.- Tengo una teoría... Bueno, en realidad tengo veinte.

Srta. Mildred.- Espero que no esté tomándome el pelo otra vez. Estoy francamente asustada.

Conductor.- No, verá... Podría ser que me haya quedado dormido y esté soñando todo esto. O quizá es usted la que duerme y sueña. La primera de las dos hipótesis me resulta poco consistente, si tenemos en cuenta que siempre me despierto de golpe en cuanto comprendo que estoy soñando. De manera que tal vez la pesadilla sea suya, Señorita Mildred. O de alguno de los niños, claro... ¿Ve? Con sólo pensar un poquito hallamos múltiples explicaciones a sucesos aparentemente inexplicables... De hecho, no se si se percató usted de que todos los chavales llevan un buen rato fuera de combate. Pero, finalmente... Entiendo que, incluso si soy tan solo un personaje de ensoñaciones ajenas, lo cierto es que yo percibo mi propia existencia. Es decir, “pienso, luego existo”...

Srta. Mildred.- Pare el vehículo ahora mismo. Quiero salir de aquí.

Conductor.- (con acento condescendiente) De acuerdo...

Transcurren unos segundos en silencio. No sucede nada. Muy al contrario, el conductor no parece albergar ninguna intención de pisar el freno y la maestra empieza a impacientarse.

Srta. Mildred.- ¿No me ha oído? Detenga el autocar inmediatamente.

Conductor.- (Con gesto contrariado) No sé, no sé... Estoy pensando que... Si esto no es real... Si es tan sólo un sueño... ¿No le apetece saber cómo termina?

La profesora mira al conductor con los ojos fuera de sus órbitas.

Conductor.- ¿Nunca se despertó de un sueño y se sintió mal por haberse perdido el desenlace? ¿Eh? A mí me ha pasado un millón de veces. Lo odio.

Srta. Mildred.- Está usted completamente loco. Sé perfectamente que no estoy soñando. Esto es la Realidad y no deseo seguir a bordo de un cacharro pilotado por un demente.

Conductor.- Bueno, señora, en realidad no ha dicho nada que no supiera ya... Pero yo voy a ir a por el camión, le guste o no. Lo siento muchísimo. No hay quien me pare. (Mira entonces durante algunos segundos hacia el techo del autocar) Señor, si existes, no consientas que nadie me despierte ahora... Prometo no volver a insultar a tu madre...   

El conductor acelera a fondo. La maestra se queda adherida al respaldo de su asiento como consecuencia del acelerón. Hace la señal de la Santa Cruz con los ojos cerrados y aplasta el crucifijo contra su pecho. Durante diez segundos, el conductor, con aspecto claramente trastornado, persigue al camión emitiendo gruñidos porcinos. Súbitamente dirige una mirada a la maestra, que sigue con los ojos cerrados, y se echa a reír.


Conductor.- Pero qué hace, señora... ¿Reza por usted, por los niños, por mí? ¿O quizá está dándoles la extremaunción telepática a los puercos? No estaría de más, seguramente van camino del matadero... No, ya sé: está intentando resolver el asunto de los malditos garbanzos, ¿verdad?

Ella no contesta y el conductor vuelve a concentrarse en su particular duelo automovilístico. A cada segundo parece más y más enajenado, mascullando, y en ocasiones gritando, frases en alemán...

Conductor.- Wohin fährt dieser Bus? Ich möchte ein Auto mieten. ¡Ich möchte ein Auto mieten! Das war ein Missverständnis... ¡Ich will mit einem Anwalt sprechen!

 Se oye entonces una sirena de la policía. El conductor cambia su gesto enloquecido por una expresión de gran enfado.

Conductor.- No me jodas... No me lo puedo creer... ¡No me lo puedo creer, coño! Hasta en sueños tienen que andar jodiendo estos cabronazos... Esto me pasa por rezar... (Vuelve a dirigirse al techo del vehículo) Ya puedes irte olvidando de lo que dije sobre tu madre... (Ahora mira a través de su ventanilla) Qué sí, que ya paro, hijos de puta...

El autocar se detiene y también el irritante sonido de la sirena. El conductor apoya su cabeza sobre el volante en actitud abatida. Unos segundos después sube al vehículo un hombre joven vestido de policía. Parece extraordinariamente tranquilo; sonríe con ademán indulgente al conductor y le pone una mano sobre el hombro. La maestra continúa inmóvil, con el crucifijo pegado a su pecho y los ojos cerrados.

Policía.- ¿Otra vez, Miguel Ángel?

Conductor.- Otra vez vosotros, no te jode... No iba tan deprisa.

El policía continúa hablando en tono misericordioso.

Policía.- Ibas a toda hostia, Miguelito. Reconócelo.

Conductor.- No más que otras veces.

Policía.- Puede ser... Pero, de todas formas, ibas a más del doble de la velocidad permitida en esta vía.

Conductor.- Ni de coña.

El policía se queda mirando a la maestra durante algunos segundos. Ella sigue quieta como una estatua.

Policía.- (Al conductor) Y hoy, qué quieres que te diga... (Señala con el pulgar a la señorita Mildred) Con esta no pagas la multa.

Conductor.- ¿Cómo que no? Me costó quinientos euros.

Policía.- ¿Esta cosa? ¿Quinientos pavos? Pero si parece una vieja.

Conductor.- Ya sé que parece una vieja. De eso se trata: es para fetichistas.

Policía.- No sé, Miguelinchi... No me dice nada en especial. Además, a mi mujer empieza a no gustarle demasiado que llegue a casa con una muñeca hinchable cada dos por tres. Creo que empieza a sospechar cosas raras.

Conductor.- Venga, hombre... Sabes que nunca llevo dinero encima.

Policía.- (Se acerca a la maestra y toquetea sus brazos, como comprobando la musculatura de la mujer) Menuda birria, Miguel... Joder... Y mira que es fea... ¿Dónde tiene la válvula?

Conductor.- En el crucifijo.

Policía.- (Suelta una carcajada militar) Al final siempre me lías, cabrón... Eso del crucifijo le va a encantar a mi mujer. Igual hasta la convenzo de que hagamos un trío. En fin...

El policía levanta de su asiento a la señorita Mildred y la saca del autobús con un pequeño empujón.

Policía.- Bueno, chico... Puedes irte. Pero desde ya te digo que es la última vez que admito esta forma de pago. Además, imagínate que te para alguien que no soy yo. ¿Cómo explicarás una situación tan absurda? Si ni siquiera yo lo entiendo...

Conductor.- Si tu vida consistiese en transportar cerdos al matadero a diario lo entenderías. Los cerdos sufren estrés y angustia al encontrarse en un lugar desconocido y nada agradable para ellos... Ajenos a lo que les va a ocurrir, es cierto, pero aun así experimentando la impotencia que les ocasiona no poder escapar de un lugar donde se sienten tan jodidamente mal.

Policía.- Lo que debes hacer es no pensar en los cerdos. Imagínate que simplemente los llevas de excursión. De hecho tu trabajo consiste en eso. Lo que hagan luego con los cerditos no es asunto tuyo. En cualquier caso, por mucha nobleza que encierre tu discurso animalista, lo cierto es que no explica en absoluto el delirio este de las muñequitas...

Conductor.- Las muñecas me hacen compañía. Aunque debo reconocer que esta última ha estado dando por saco todo el camino...

Policía.- Ya. Bueno, venga. Vuelve a la ruta. Y no corras demasiado.

Conductor.- Espera... Ya que estamos, aprovecharé para mear.

Policía.- Vale.

Se dirigen hacia la puerta del vehículo. En ese instante, el policía da media vuelta con gesto de haber recordado súbitamente algo importante.

Policía.- Por cierto, Miguel... Mi mujer descubrió la solución del acertijo de los garbanzos que me propusiste el otro día.

Conductor.- (Muy sorprendido) ¿Sí?

Policía.- Como lo oyes. Lo sacó en seguida, la muy puta. Aunque lo cierto es que, finalmente, el misterio de los veinte garbancitos es una auténtica gilipollez.

Conductor.- ¿Y cómo dejaste que te explicase la solución? Entonces no serás inmortal. Solamente lo son quienes lo descubren.

Policía.- Yo no quiero ser inmortal, Miguelito. Y aún menos ahora que sé que mi mujer lo es. Lo comprendes, ¿no?

Conductor.- Sí.

Salen del vehículo. Oímos a los cerdos gruñir y termina la función. 



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